martes, 28 de octubre de 2008

Fernando Cabrera en Rosario

Uno a uno se fueron acercando a la puerta los fanáticos de Fernando Cabrera, que formaron una fila por calle Sarmiento aguardando el ingreso al teatro.
Fue cuestion de minutos, el ya ubicarnos dentro y aguardar a una noche que asomaba prometedora.

Banda telonera previa, el compositor uruguayo saltó a escena con un Lavardén ovacionando enérgico.

Sonriente y respetuoso, se calzó la electroacústica y automáticamente se compró todas las miradas.

Con un comienzo un tanto tímido, como sin querer irrumpir en la atmósfera hasta ahi ajena, se inició en acordes para romper con la intriga.

Repasando al azar su extenso cancionero iba rodando por la noche con mucha simpatía y calidez.

No pasaba canción donde la gente se alternaba para gritarle su tema favorito, pero con gracia, Cabrera no les daba el gusto.

A mitad del show nos encontramos con un artista en su máxima expresión, lleno de vida y de historias por contar. Su poética se deslizaba con pausas, con temores, con nostalgias de viejos amores, de hazañas y traciones; pasadizos de aquellos secretos que fue inmortalizando en sus obras.

La magia de poder ver como un músico de la talla de Cabrera se entrega a la gente como un inocente niño, descubriendo el mundo con nosotros, era sencillamente cautivante.

Algo importante a destacar era la puesta del show, como vemos en las fotos, los elementos se cuentan con los dedos de las manos; algunos pedales, su atril y su micrófono.
Lo suficiente para mantenerte atento a su música, sin necesidad de tener que buscar sobre el escenario ese balance tan temido por algunas bandas.

Hablando con Matías, el fotógrafo, fuimos descubriendo detalles de un show riquísimo.
Caja de fósforos como percusión (ver segunda foto), alguna que otra iluminación efímera que cortaba con ese rayo blanco que le caía del cielo del teatro, y un sin fin de condimentos que hacía que cada canción fuera un regalo para el espectador.

Pero cuando nos quisimos acordar estabamos pidiendo "otra", y tras previo amague sobre tablas, se levantó decidido a despedirse y finalmente la Sala explotó en un aplauso. Un aplauso cargado de emociones y repleto de vivencias.

Simple y agradecido se retiró con el cariño a sus espaldas.
Sin dudas el mejor regalo que puede tener un artista en tierras hermanas.


Redacción: Lisandro Bregant

Fotografía: Matías Jurisich


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